En el volumen “Pequeñas resistencias” Antología del nuevo cuento español, tuve oportunidad de leer: Sucedáneo: El pez volador, y desde entonces quedé intrigado por una forma de contar distinta. Usando una de sus expresiones: contar desde una perspectiva axonométrica, en Hipólito pareciera que planta, alzado y perfil no existen porque en ocasiones salta de un plano al otro a través de ventanas, pasillos y escaleras inconsistentes que resultan al final imprescindibles para entender el edificio. En otras, se apoya en uno solo, en un solo perfil por ejemplo, y desde allí, casi desde la sombra proyectada por el mismo, construye todo su entramado literario. En unos pocos, es el propio artesonado lo digno de interés. Hipólito es ese pez volador que escribe de forma subacuática pero que también salta y sorprende, que brilla, que vuela. Es una de esas raras avis de la naturaleza. Como muestra, y como lo he encontrado en la red, por lo que entiendo no hace falta tributar derechos de autor, añado uno de sus textos: Meditación del vampiro.
En el campo amanece siempre mucho más temprano.Eso lo saben bien los mirlos.
Pero tiene que pasar un buen rato desde que surge la primera luz hasta que aparece definitivamente el sol. Manda siempre el astro en avanzadilla una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o altercados. Luego, cuando ya tiene constancia de que todo está en orden, tal como quedó en la tarde previa, se atreve por fin a salir. Su buen trabajo le cuesta después recoger toda la claridad que derramó primero. Por eso se ve obligado a subir tan alto antes de caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no dejar ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.
Luego en el campo, paradójicamente, se hace de noche también muy pronto.
Los mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden con el paisaje.
Y agradecido yo, me descuelgo y salgo.
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