Maria Cristina me quiere gobernar y yo le sigo, le sigo, la corriente
porque no quiero que diga la gente que María Cristina me quiere gobernar. Este
es el ritmo de una guaracha y es el ritmo sabrosón con el que se lee este
libro.
A las cinco de la tarde, un tapón, un atasco en Puerto Rico, provocado
por la explosión de una bomba en la universidad, retiene al senador Vicente Reinosa
-Vicente es decente y con el pobre condoliente- Vicente es decente y su talento
es eminente – Vicente es decente y nació inteligente- camino del apartamento en
el que desespera Graciela Alcántara y López de Montefrío, paipai de nácar,
brasier strapless, medrosa y recelosa porque no llega su efebo favorecido que
la ciñó hasta ceñirle el aire hasta ceñirle los pensamientos, para cambiar sus
mimos por plata.
Y señoras y señores, amigas y amigos, que les suelto la atángana, que
los convido a que se amarren los cinturones porque cogemos vuelo, que no es lo
mismo llamar a la guaracha que verla venir. Porque uno cierra los ojos bien
cerrados y cuando viene a ver berrea de la contentura y de la altura a que lo
ha encampanado esta ópera en tiempo de guaracha que es la guaracha del Macho Camacho,
y que dice: La vida es una cosa fenomenal lo mismo pal de adelante que pal de
atrás.
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