Javier se
presenta en Montevideo, Uruguay, hecho y derecho como un edificio, tras haber
abandonado el país para evitar las torturas de los milicos en la cana por su
protesta contra la instauración dictatorial en 1973 que se alargó hasta 1985.
En Madrid deja mujer e hija. Capítulo a capítulo cual andamios va justificando
su propia estructura como persona. La vuelta a las conversaciones con viejos
militantes, la nueva coyuntura del país, la relación con la madre, con los
hermanos que ahora viven en EEUU y lo tratan como brother y los nuevos amores
van entrelazándose para dar lugar a un buen retrato de su doble exilio pues
algo le han marcado los años vividos en España. Pero si de algo se siente
exiliado Javier es de su hija.
Creo que es
común, exista mar, tierra o un simple muro entre habitaciones ese exilio. Tan
común que o se debe dar por entendido o más bien ha de ser tan doloroso, como
lo pueda ser el político, que se evita con disimulo el comentarlo. Ese doble
exilio padres hijos, hijos padres en el que los años se viven mascando un: si
yo le hubiese hablado de… o rumiando un: por qué nunca me decidí a preguntarle
cómo…mientras al fuego la cafetera pita con la salida de pequeños rencores a la
espera de que una de las partes alimente con su humillación la soberbia de las
llamas del otro, sin caer en la cuenta de lo gratificante que es sentarnos a
degustar el café juntos hasta ese día en que sin solución no quede otro remedio
que tomar el café solo, con la nostalgia de todos esos “síes” que
quedaron sin solución, pues el otro se ha exiliado definitivamente.
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