Quien puso nombre a Macedonio, que deben haber sido sus padres el día que nació, ese día que según él, desde este desarreglo empezó para mí un continuo vivir en este mundo. Hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo. Nacer y no hallarlo es imposible; no se ha visto a ningún yo que naciendo se encontrara sin mundo, por lo que creo que La Realidad que hay la traemos nosotros y no quedaría nada de ella si de verdad muriéramos, debió acertar. No sería de extrañar que de haber sido niña hubiese sido llamada Macedonia pues leer a Macedonio es una experiencia tan refrescante como el postre de fruta troceada en el que hay tanta variedad donde escoger y de forma tan divertida, amena y nutritiva para el intelecto que cualquier papel del señor Recienvenido, cualquier demostración de la continuación de la nada o sus brindis a los amigos obligan a su relectura como quien repitiera otra taza de macedonia, para así tener tiempo de valorar cómo el juego de palabras nada en el almíbar filosófico.
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