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Romeo y Julieta. William Shakespeare



Dejé Los pasos perdidos de A. Carpentier descansando en la librería hasta el día siguiente cuando me fui a la cama. Juraría que alongada al estante, cual si fuera a un balcón, Julieta me había picado el ojo y que a renglón seguido me había dicho: mucho leer, mucho leer pero seguro que eres como todos, que se jactan de nuestro trágico amor y del tu bi o no tu bi, pero solo de oídas. Ahí te equivocas, le contesté, que Hamlet sí que está leído y además están subrayadas las perlas de humor que en él tu creador dejó.
No es que me hablara desde un manzano pero ya se sabe que cuando el silbido de una mujer se vuelve tentador, acaba consiguiendo lo que desea. Así que solté la manzana de un amor perdido por las selvas tropicales y regresé a la estantería a por otra de amor en las calles de Verona.
A quien le ocurra tal y como le ha sucedido a quien escribe, y no se contente con lo visto desde la platea, en pantalla o con lo oído por transmisión oral, y crea que solo la lectura proporciona la verdadera dimensión de lo expresado en los escenarios, recordarle que la realidad leída por uno mismo siempre supera la ficción por otros creada.

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