Dejé
Los pasos perdidos de A. Carpentier descansando en la librería hasta el día
siguiente cuando me fui a la cama. Juraría que alongada al estante, cual si
fuera a un balcón, Julieta me había picado el ojo y que a renglón seguido me
había dicho: mucho leer, mucho leer pero seguro que eres como todos, que se
jactan de nuestro trágico amor y del tu bi o no tu bi, pero solo de oídas. Ahí
te equivocas, le contesté, que Hamlet sí que está leído y además están
subrayadas las perlas de humor que en él tu creador dejó.
No
es que me hablara desde un manzano pero ya se sabe que cuando el silbido de una
mujer se vuelve tentador, acaba consiguiendo lo que desea. Así que solté la
manzana de un amor perdido por las selvas tropicales y regresé a la estantería
a por otra de amor en las calles de Verona.
A
quien le ocurra tal y como le ha sucedido a quien escribe, y no se contente con
lo visto desde la platea, en pantalla o con lo oído por transmisión oral, y
crea que solo la lectura proporciona la verdadera dimensión de lo expresado en
los escenarios, recordarle que la realidad leída por uno mismo siempre supera
la ficción por otros creada.
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