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Me lo prestaron. Un desconocido. Me explico: el autor y el título. Premio Nobel él y el protagonista, Moses Herzog, un ex-profesor de cuarenta y siete años, al que su mujer acaba de abandonar por uno de sus mejores amigos, cuya trayectoria profesional se ha venido abajo debido a su indolencia y cuya vida, en general, parece haber entrado en un callejón sin salida.

Comencé a leerlo. Primera frase: “Si estoy chalado, tanto mejor, pensó Moses Herzog”. Esto promete. 20 páginas más adelante anduve por Venezuela con Dª Bárbara. 10 más y me embarqué con Sawyer por el Misisipi. 20 más y descubrí la mecánica de la naranja. Aún lo intenté 15 páginas más, tras las que disfruté con Dª Fabrizio El Gatopardo.

Lo devolví. Un conocido. Me explico: quien me lo prestó. A Herzog no logré tener el gusto.

El Gatopardo. G. Tomasi de Lampedusa




El Gatopardo puede pasar a la historia tan solo por la frase "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" que ha dado lugar en los ámbitos políticos al “gatopardismo” significando una propuesta realizada por un mandatario lampedusiano. Ejemplo más actual: las reformas educativas.

Sin embargo lsu lectura aporta mucho más. A pesar de ser su única obra novelada y estar escrita cuando rayaba los 60 años, Dº Giuseppe desde su posición de Príncipe y Duque describe figuradamente las andanzas de su bisabuelo de forma magistral, así como las adaptaciones llevadas acabo por la nobleza ante la reunificación “garibaldiana” de Italia, el ascenso de un nuevo tipo de poder: el político, y de camino hace un repaso al comportamiento de La Iglesia así como a la sociedad siciliana de la época. Todo ello entre amoríos pactados y tiras y aflojas para evitar la pérdida de poder aristocrático mientras el personaje observa como va pasando irremediablemente la vida.

JUAN JOSÉ MILLÁS. El mundo.


El mundo, de Juan Jo Millás, es un libro medio autobiográfico que trata de una familia valenciana de nueve miembros, cuatro chicos y cinco chicas, donde el protagonista es el cuarto. El padre tenía un taller de aparatos de electromedicina y la madre fue operada siete u ocho veces. La familia se traslada desde Valencia a Madrid, lo que Juan Jo considera como la pérdida del paraíso, pues habla del invierno madrileño de aquella época, lo que le hace escribir:
El que ha tenido frío de pequeño, tendrá frío el resto de su vida, porque el frío de la infancia no se va nunca”.
Suscribo esta opinión. Cuando hace bastantes años estaba en el IES Viera y Clavijo, un compañero asturiano me decía, que en La Laguna no había dormido todavía en una cama seca, pues las sábanas permanecían húmedas. Era por los meses de comienzo de curso.
El libro al principio es ilusionante. Trata de acontecimientos ordinarios,  relata con su mejor amigo el Vitaminas, su calle, su chica, intercalando el presente en lo que escribe. A  continuación decae, cuando mezcla acontecimientos que han ocurrido con otros que son fruto de su fantasía. Por último vuelve a brillar, es cuando mete las cenizas de sus padres en el maletero del coche, y sale con ellas rumbo a Valencia. 


Cuentan de quienes han de deshojar la margarita en las editoriales y en los concursos literarios que con leer las primeras quince a veinte páginas ya deciden si publicar o premiar los manuscritos a cribar.
También cuentan de quienes escriben, el esmero puesto en una primera página que capture al lector para que el libro permanezca en sus manos hasta la última.
A Burgess todo esto debió importarle un bledo al ser advertido de la poca vida que le quedaba tras un diagnóstico, que resultó ser erróneo, de cáncer, y decidirse a escribir como un poseso. Esto explica que en la primera página existan unos veinte vocablos nadsat, una jerga adolescente ideada por él usando palabras rusas e inglesas Cookney así como algunas de propia invención, que obligan al lector a acudir al glosario final. Sin embargo no hace falta ser políglota para darse cuenta que se puede disfrutar de su lectura con fluidez ya que los términos están insertos en frases tan explícitas que a buen entendedor sobran palabras.
Lo que no le importó un bledo al escritor fue que Kubrick eligiera la versión americana como referencia para adaptar el guión de su película. En ese país la novela fue publicada sin el capítulo 21 en el que La Técnica Ludovico, empleada para tratar a Alex, es efectiva y el sujeto cambia de actitud.
Para aquellos a los que la película no dejó indiferente en el tratamiento dado a los condicionantes en torno a la violencia tanto individual como institucionalizada, el libro tampoco les defraudará.

Las aventuras de Tom Sawyer



Lectura refrescante para estos días de septiembre en los que la mar en calma permite deslizar nuestra mirada como si del Misisipi se tratara, recreando la Isla Jackson donde la cuadrilla de Tom disfrutó como piratas o alzando la vista al acantilado Martianez imaginando la cueva en la que se perdió con su amiga Becky y en la que posteriormente encontró el tesoro escondido por el malvado Indio Joe.

Twain nos hace sentir a todos niños y nos permite recrear nuestras propias aventuras infantiles. Él simplemente las cuenta, no entra en juicios sobre el modelo social en el que se producen, o sobre las intenciones con que fueron hechas. Quizás sea por ello que tanto las aventuras de Tom como las de Huckleberry Finn las vemos con buenos ojos, tal y como valoramos las realizadas por nosotros cuando tuvimos las mismas edades. Distintos son los ojos con los que valora estas aventuras la Tía Polly y el profesor Mister Dobbins al igual que lo hacemos nosotros de aquellas que ya no tienen que ver con las de nuestra época. Menos mal que siempre quedará Twain para darnos un cubo de lechada y una brocha atada a una pértiga con la que blanquear la cerca de tablones con la que protegemos nuestra inocencia.

Doña Bárbara. Rómulo Gallegos



¿Y pensar que esperaba otra cosa? Fue lo que me dije tras leer la primera página. Esto va a ser el guión de un culebrón criollo. Pero Rómulo Gallego como la propia Dª Bárbara tiene su retranca al escribir y solo unos renglones más tarde se abre todo su lenguaje como la inmensa llanura venezolana donde la moneda de cambio es la morocota de oro, el caballo salvaje que guía el hatajo es un padrote y el toro un bigarro. Un capítulo espolea al otro como un llanero a su montura y apetece leerlo a voz en alto, para ser escuchado, creyendo ser un brujeador que persigue páginas día y noche como quien practica cazar bestias salvajes sin dejarlas pacer ni dormir mientras habla consigo mismo. Los deseos y los sentimientos de los personajes están tan bien entretejidos que han marcado toda una línea a seguir, por lo que no es de extrañar que sean los mismos que han sido llevados a la pantalla bajo el título de Cristal o de Abigaíl solo que en éstas últimas las formas de expresión de esos deseos y sentimientos no son ni la sombra de La Dañera Dª Bárbara.

EL INVIERNO EN LISBOA. Antonio Muñoz Molina.


La novela fue doblemente galardonada y llevada al cine (me hubiera gustado haberla visto, todavía estoy a tiempo). De esta manera tendría elementos de juicio suficientes, para comentar si me gusta más la película o el libro. No me explico cómo, dio tanto de sí. Es una exaltación a la música (en la persona de Santiago Biralbo, pianista excepcional y principal protagonista), envuelve una historia de AMOR (ella es Lucrecia). La novela está aderezada con un crimen  llevado a cabo empleando un hilo de nailon y que no recuerdo si fue cometido en San Sebastián, Madrid o Lisboa. No volveré a leer el libro para saber en qué lugar se cometió el crimen. ¿Alguien del CLUB se anima?, presiento que no; por otra parte, no creo que el dato sea relevante.
La producción de Antonio Muñoz Molina es bastante amplia. Hay una gran diferencia (desde mi punto de vista) entre EL INVIERNO EN LISBOA y EL VIENTO DE LA LUNA del mismo autor. Ésta es ágil, diáfana, fluida, liviana, rápida; aquella, torpe, opaca, viscosa, pesada, lenta. El ambiente es extraño, con una rara sensación de misterio, pero la trama de intriga criminal es muy simple, le cuesta demasiado avanzar.  

La gerra de los mundos. H.G. Wells



La Guerra de los Mundos recuerda a Tom Cruise dirigido por Spielberg en 2005; recuerda al musical de rock sinfónico creado por Jeff Wayne en 1978; a la primera versión cinematográfica de 1953; a la adaptación realizada por Radio Quito en 1949 que terminó con el incendio de la emisora y 35 fallecidos; a la versión radiofónica de Orson Welles que en 1938 sembró el pánico en N. York y Nueva Jersey.
Pero mucho antes que todo esto ocurriera, que existieran los extraterrestres y los ovnis, H.G. Wells imaginó Londres como el escenario de la primera invasión a la tierra. Nuestra imagen mental los trae en naves espaciales pero los primeros llegaron en cilindros como si de balas se trataran y no cruzaban millones de años luz sino que venían desde ahí al lado, desde Marte, por eso fueron llamados marcianos. Ni siquiera eran cabezones con cuerpo de niño de Biafra. En 1898 los primeros invasores eran una masa amorfa, toda cabeza, de un metro veinte de diámetro, en cuya espalda tenían una enorme superficie timpánica; en la parte anterior dos enormes ojos y entre ellos un especie de pico carnoso. Más abajo poseían ocho pares de tentáculos que hacían las veces de manos. No tenían sistema digestivo; poseían un complejo sistema cardiopulmonar y el resto de toda esa masa era ocupada por un enorme cerebro y grandes nervios conectados a oído, ojos y manos.
Lectura entretenida y a veces subyugante en la que Wells a pesar de poner fin a la guerra da la impresión que en ocasiones deja caminos abiertos para crear una trilogía o una saga, tan de moda hoy en día. No lo hizo, sin embargo han sido muchas las versiones de sus obras tanto de La guerra de los mundos como de La Máquina del Tiempo, El Hombre invisible o La isla del Dr. Moreau.

Yo el Supremo. Augusto Roa Bastos



Si Roa Bastos hubiese sido el amanuense de José Gaspar Rodriguez de Francia, abogado, revolucionario y dictador, conocido como El Supremo, quien gobernó desde 1816 hasta 1840 la primera república latinoamericana, la de Paraguay, este libro podría ser entendido como el producto de lo dictado por El Dictador Perpetuo. Si José Gaspar hubiese tenido las dotes literarias de Roa Bastos este libro sería el mejor legado de un régimen esperpéntico dejado por un gran escritor independientemente de su proceder político.
Se convierten así Roa Bastos y El Supremo en una misma persona quien dicta órdenes, que ordenan de forma conveniente conveniencias de Estado que acaban provocando contraórdenes que tratan de reordenar el orden establecido por dichas órdenes, y quien escribe extorsionando el sentido de las frases, institucionalizando palabras, legitimando el significado de las mismas.
Logra así el escritor hacer suyas las palabras del Supremo y éste que el escritor acabe escribiéndolas: Toda historia no contemporánea es sospechosa. No es preciso saber cómo han nacido para ver que tales fabulosas historias no son del tiempo en que se escribieron. Harta diferencia hay entre un libro que hace un particular y lanza al pueblo, y un libro que hace un pueblo. No se puede dudar entonces que este libro es tan antiguo como el pueblo que lo dictó.