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Los náufragos del "Batavia". Simón Leys.



Acostumbrados como estamos a que los malos ejemplos los encontremos en nuestro país, a seguir con ese complejo de no estar integrados aún en Europa y casi a no creernos las tramas y fraudes de la Wolsvagen, de Audi o más recientemente el caso de las prótesis de cadera; a tener un sentimiento de culpa por cómo fue la colonización de las Américas y a recibir con cierto rubor las protestas desde el otro lado del Atlántico los 12 de Octubre tras doscientos años de independencia, que ya son años más que suficientes para responsabilizarse del presente actual, lo ocurrido al Batavia es para enmarcar y concluir que tan igual da holandeses que españoles si de lo que se trata es de la supervivencia del ser humano. 
Corto pero conciso, el naufragio del barco Batavia, con casi trescientas personas a bordo la noche del 3 al 4 de junio de 1629, orgullo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, a poca distancia del continente australiano tras chocar contra un archipiélago de coral, es un ejemplo de los justificantes que se impone el ser humano cuando se trata de sobrevivir. El naufragio fue atroz. Mientras Pelsaert, representante del armador, y el capitán intentaban llegar a Java en una chalupa para buscar ayuda, los más de doscientos supervivientes vieron cómo Cornelisz, ex boticario perseguido por la justicia, los lanzaba a un pozo de terror y violencia.

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