Acostumbrados como estamos a que los malos ejemplos los encontremos en
nuestro país, a seguir con ese complejo de no estar integrados aún en Europa y
casi a no creernos las tramas y fraudes de la Wolsvagen, de Audi o más
recientemente el caso de las prótesis de cadera; a tener un sentimiento de
culpa por cómo fue la colonización de las Américas y a recibir con cierto rubor
las protestas desde el otro lado del Atlántico los 12 de Octubre tras doscientos
años de independencia, que ya son años más que suficientes para
responsabilizarse del presente actual, lo ocurrido al Batavia es para enmarcar
y concluir que tan igual da holandeses que españoles si de lo que se trata es
de la supervivencia del ser humano.
Corto pero conciso, el naufragio del barco Batavia,
con casi trescientas personas a bordo la noche del 3 al 4 de junio de
1629, orgullo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, a poca distancia
del continente australiano tras chocar contra un archipiélago de coral, es un
ejemplo de los justificantes que se impone el ser humano cuando se trata de
sobrevivir. El naufragio fue atroz. Mientras Pelsaert, representante del
armador, y el capitán intentaban llegar a Java en una chalupa para buscar
ayuda, los más de doscientos supervivientes vieron cómo Cornelisz, ex boticario
perseguido por la justicia, los lanzaba a un pozo de terror y violencia.
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