Al margen de si las sonatas
son la mejor expresión del movimiento literario conocido como El Modernismo,
las cuatro sonatas de Valle-Inclán son composiciones musicales en cuanto a la
fusión entre su lenguaje y la naturaleza. Tienen como intermediario al Marqués
de Bradomín, un Don Juan priápico, feo, católico y sentimental empeñado en que
como virgen sólo figure María que ya del resto se encarga él. Cada sonata
obedece a una época en la edad del Marqués cuyos encuentros amorosos se solazan
en los pródromos para, en dos renglones, acabar en sucesivos clímax por él
denominados: “sacrificios”.
Particularmente, me ha
gustado más la de verano. Sonata en la que el Marqués viaja a México para
olvidar amoríos previos y allí conoce a la Niña Chole. Niña en la que al
contacto de la carne florecían los besos en un mayo de amores. ¡Rosas de
Alejandría, yo las deshojaba sobre sus labios! ¡Nardos de Judea, yo los
deshojaba sobre sus senos! Y la Niña Chole se estremecía en delicioso éxtasis,
y sus manos adquirían la divina torpeza de las manos de una virgen. Pobre Niña
Chole, después de haber pecado tanto, aún no sabía que el supremo deleite sólo
se encuentra tras los abandonos crueles, en las reconciliaciones cobardes. A mí
me estaba reservada la gloria de enseñárselo.
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