El testamento de un bromista no es ninguna broma. Sus primeros párrafos,
escritos desde el recuerdo infantil, son divertidos. Invitan a la sonrisa provocada
por la inocencia infantil y el recuerdo lejano de aquellos tiempos en los que
la autoridad familiar se esgrimía a costa de palizas. Se nota que el autor las
sufrió hasta el punto de necesitar el auxilio de una vecina que untara su
trasero con cebo y lo vendara para así aguantar la siguiente tunda.
Página a página el crío se convierte en un joven dispuesto a ejercer
cualquier oficio mecánico que no sea el acabar impartiendo conocimientos y
jurisdicción en un aula. Le da miedo y se teme a sí mismo.
Es el germen de este testamento lo que fundamente la vida de Jules Vallés,
electo de la Comuna de París allá por el año 1871. La Comuna (el
término commune designaba entonces y aún designa al
ayuntamiento en francés) gobernó durante 60 días promulgando una serie de
decretos revolucionarios, como la autogestión de las fábricas abandonadas por
sus dueños, la creación de guarderías para los hijos de las obreras, la
laicidad del Estado, la obligación de las iglesias de acoger las asambleas de
vecinos y de sumarse a las labores sociales, la remisión de los alquileres
impagados y la abolición de los intereses de las deudas. Después de tener
poco éxito en la lucha contra el ejército del gobierno francés, miembros
de la Comuna empezaron a tomar venganza incendiando edificios
públicos que simbolizaban al gobierno.
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