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Las mejores historias sobre perros. Varios.

Debió haberlo cogido algún lector de malas pulgas pues el libro no estaba en la sección que le correspondía y me llamó la atención su portada. Es posible que en las manos anteriores se hubiese cerrado a modo de mordisco pero en las mías dejó un cariñoso lametón. Me gustan los perros, los que tiran de trineos, los que acompañan a los ciegos, lo que son capaces de arrear ovejas, mucho menos los falderos, esos perros de porcelana que roban el calor que desprende el canalillo, bien sea el alto o el bajo (¿Envidia? Tal vez). Lo cierto es que al ver el nombre de Jack London entre los selectos opté por él. Y no me equivoqué. Cuando paso a su lado aún oigo el ¡Gee! y el ¡Haw! de Thornton con el que Buck, su perro, fue capaz de mover el trineo atenazado por el hielo; o bien huelo el aroma que conducía a El Abad de Kipling a marcar con su hocico el lugar de las trufas; o me recuerda aquellos capítulos en blanco y negro inspirados en los collies de Terhune con su famosa Lassie.

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