La cuenca sur del Mississippi siempre ha dado buenos
novelistas. Baste recordar a Faulkner o a Eudora Welty. Sus historias, a pesar
de estar bañadas por el propio río tienen escasos brotes verdes y cuentan la
vida tal cual es, nómada, negra, algodonosa, con conexiones místico religiosas
allegadas desde África y el Caribe.
En este caso, la trama es bien sencilla. Mujer negra
va, con sus hijos, a prisión a recoger a su esposo blanco al ser puesto en
libertad. Él es familiar de quien matara a su hermano en una apuesta de caza.
Los padres de él nada quieren saber de la pareja. Los de ella sí. El hijo hace
de padre madre de su hermanita. La madre trapichea con droga. Una historia que
se presenta como de lo más normal en esas tierras; una historia en la que
sobrevuela el espíritu del asesinado y la escasa vida de una abuela que
languidece de cáncer, una historia propia de esa América que no viven quienes
solo han pisado Nueva York.
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