Lo que yo he buscado realizar, -escribe don Agustín- sobre todo, ha sido
esto: un mundo poético; una mitología conductora. Mi intento es el de crear un
Lanzarote nuevo. Un Lanzarote inventado por mí.
Sin embargo, para quienes hemos
estado en la isla y a poca sensibilidad poética que se tenga, es fácil darse
cuenta de que don Agustín no inventa nada.
Pero… si no lo inventa, si siempre ha estado ahí, a qué se debe que sea él
quien únicamente lo ha visto. En esto radica la magia de este escritor
portuense.
Esto podía bastarle al lago de Janubio: sus
salinas, como una ordenación — filosófica, pictórica, fonéticamente— de cadinas
rubias tras de su sultán; sus patos, que imitan el claxon sobre los crepúsculos
y se miran en el espejo salado a la hora de comer.
Pero el lago de Janubio ha querido tener también
su fiesta de magia. Aliado con el viento, obtener el espectáculo perenne que
únicamente esa alianza podía traerle.
Ha llamado al viento y le ha dicho:
—Sobre mi panza, sobre la panza redonda del mar,
sabes mover deliciosamente barquitos de una sola vela, barquitos de dos velas.
Sobre la panza morena de la Isla, sabes mover las teclas largas de los molinos.
Probablemente, sabrás hacer otras muchas cosas
admirables. Pero yo te invito a que ensayes conmigo el juego de manos más
estupendo que nunca hayas podido pensarte. Se trata, sólo, de que aprendas a
cazar mis espumas. Aprésalas como puedas. Llévalas donde quieras. Hacia el
Norte, hacia el Sur, hacia el Este, hacia el Oeste. Que los hombres de la Isla
las vean. Tal vez no hayan visto nunca nada semejante. Creerán que son pájaros
blancos. Tú les dirás que son pájaros blancos, hijos del pato más albo y de la
ola más salada del lago.
Nadie ha estado jamás, de noche, en las salinas de Janubio. Es muy peligrosa
la aventura. Por eso no sé yo, exactamente, cómo son las salinas de Janubio, de
noche. Pero nunca he creído que puedan mantener esa ordenación tan severa bajo
las estrellas. Se desperezarán. Se arrugarán el vestido y el alma. Buscarán
desesperadamente esas formas extraordinarias, irregulares, que no han estudiado
aún los geómetras. Se desnudarán el vestido rectilíneo y se pondrán el traje de
las curvas convexas y de las curvas cóncavas.
Sobre el paisaje meridional, cálido, de
Lanzarote. Las salinas de Janubio. Construyen el mismo paisaje nevado de los
carros con sal, de las ermitas, de los cementerios, de las cisternas de
Lanzarote. De las falsas postales lapónicas de las Navidades.
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