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Soledades. Luis de Góngora.



Quienes estudiamos bachillerato antiguo abrimos sobre nuestros pupitres Lengua y Literatura Española. Unos libros de texto de Lázaro Carreter. El de sexto curso, Antología, tenía en su portada los retratos de Cervantes, Shakespeare y Dante entre otros. Llegados al siglo del Barroco teníamos que hacer frente a Lope de Vega, Quevedo y Góngora.
En la mente permaneció Quevedo, por satírico y divertido pero de don Luis solo quedó flotando la sensación de rareza e incomprensión, a la espera de que no cayera en el examen.
Las Soledades, a pesar del extenso estudio previo incluido en ediciones Cátedra, de las anotaciones por estrofa que ayudan a atisbar una posible comprensión, no son fáciles de digerir. Con razón a los dieciséis años no queríamos oír hablar de estas soledades. Cuánto conocimiento aristotélico y de las deidades griegas, cuántos jeroglíficos verbales. Cuantos renglones por comprender.
Creo no haber leído nada tan complejo. Y al mismo tiempo tan innovador.

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