Los Balcanes, esos
desconocidos. Allí escribió Radíchkov en tiempos convulsos para su país,
Bulgaria.
Por primera vez se abordaban
cuestiones como la revolución socialista o la resistencia antifascista huyendo
de la simplificación y el ensalzamiento ideológico impuestos por el realismo
socialista. Las historias que lo componen, a la vez sencillas y profundamente
bellas, están impregnadas de una sabiduría popular que entronca con la
tradición y el folklore búlgaros. Una puerta a un pequeño mundo rural y rico en
elementos fantásticos (lo que le valió el calificativo de realismo mágico
balcánico), poblado por héroes anónimos que, bien conduciendo un carro lleno de
jarros y vasijas, amasando el pan cada mañana o tallando la piedra en las
canteras, reivindican su papel en la epopeya de lo cotidiano.
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