El breviario no es breve. Casi seiscientas páginas.
Los saberes, de no mucha extensión, son múltiples y sustanciosos.
Si son inútiles, lo tendrá que decidir el lector. La mitad del libro
dedicada a la literatura puede ser de poco interés si no hay predisposición
para ella. Puede que saber que Balzac fue un torpe escritor pero un concienzudo
revisor de sus escritos no interese. O que a Víctor Hugo le sentó,
literariamente, de maravilla el exilio, tampoco tenga provecho. Que André
Guide, premio Nobel, salió del armario en 1924 tras publicar Corydon o
que la Iglesia prohibió sus libros en 1952, ¿a quién puede interesar?
si con los años confundió homosexualidad con pederastia. Mucho menos cómo
influyó este hecho en su literatura.
Tampoco los saberes sobre la sabiduría china han de ser de interés. Pues,
de qué sirve que el autor nos haga caer en la cuenta de que China carece de
historia esculpida en piedra (ni coliseo ni catedrales, ni románico ni gótico)
pero a cambio es en el arte de la escritura en la que tiene una gran tradición,
curiosamente todo basado en un texto, cuyo original, nadie ha visto.
Por su puesto, los saberes sobre cómo se inserta un gobierno comunista en
una superpotencia económica de corte capitalista, probablemente no sean de
interés, ni el por qué el asiento del Premio Nobel de la Paz permaneció vacío
mientras el galardonado, Liu Xiaobo, permanecía encarcelado.
O puede que sí. Que cuando
tanta corrupción explote en otro Tiananmén amplificado como el de 1989 o que
cuando salgan a la luz más casos como el de los Niños esclavos en los hornos
clandestinos como en 2007 el tsunami amarillo nos afecte a todos.
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