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Los buscadores de oro. Augusto Monterroso.


Al rescatar de su memoria argumentos más que suficientes, que justifican en la lejanía, los ingredientes necesarios que le llevaron a la escritura, ni Monterroso mismo sabe si fueron o no determinantes.
De familia militar anduvo hasta la adolescencia al son de los dictámenes de las compañías bananeras americanas. Fueron muchos los viajes de ida y vuelta  entre Honduras y Guatemala para acabar afincado en México. Se crió oyendo el sonido de una imprenta y vio las películas del revés en el cine al jugar tras el lienzo donde se proyectaban. Su casa siempre fue arribo de toreros, artistas, escritores, poetas, cantantes y de su abuela y tío oía trozos de Las mil y una noches, de El Quijote, de Rubén Darío.

Ya lo dice el propio don Augusto: «El pequeño mundo que uno se encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; sólo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación»

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