Al rescatar de su memoria argumentos
más que suficientes, que justifican en la lejanía, los ingredientes necesarios
que le llevaron a la escritura, ni Monterroso mismo sabe si fueron o no
determinantes.
De familia militar anduvo
hasta la adolescencia al son de los dictámenes de las compañías bananeras
americanas. Fueron muchos los viajes de ida y vuelta entre Honduras y Guatemala para acabar
afincado en México. Se crió oyendo el sonido de una imprenta y vio las
películas del revés en el cine al jugar tras el lienzo donde se proyectaban. Su
casa siempre fue arribo de toreros, artistas, escritores, poetas, cantantes y
de su abuela y tío oía trozos de Las mil y una noches, de El Quijote, de Rubén
Darío.
Ya lo dice el propio don
Augusto: «El pequeño mundo que uno se encuentra al nacer es el mismo en
cualquier parte en que se nazca; sólo se amplía si uno logra irse a tiempo de
donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación»
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