Parece que sea un libro de
amor donde la almohada haga de notaria. Su estructura es propia de un diario
con sus anotaciones de aquello que a lo largo del día llama la atención. Es
ambas cosas y mucho más ya que en sus páginas la escritora deja constancia de
situaciones propias de la corte en un Japón del siglo VIII: de poemas, de sus
conversaciones con la emperatriz, intercambio de cartas, impresiones personales
en torno a las buenas maneras de la época, la vestimenta, los árboles y un
largo etcétera que obliga a pensar en un libro anárquico ya que no existe un
hilo conductor que se focalice en una idea y, sin embargo, el libro es toda una
unidad impregnada con el sentimiento de quien lo escribió.
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