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La palabra iluminada. Manuel Padorno.


Cuando no tienes costumbre de leer libros de esta editorial, o bien cuando lo que quieres es leer el libro y nada más, a Ediciones Cátedra le sobra un tercio de páginas. Éstas, dedicadas a la vida y obra del autor, entre cursivas, anotaciones y referencias pueden caer pesadas. A mí no me disgustan y en el caso de un poeta las creo de obligada lectura si luego se quiere disfrutar aún más de su poemario.
El de Padorno, al igual que me ocurriera con el de Miguel Feria, me ha encantado. Tan cerca y tan desconocidos. El segundo en La Laguna, el primero en Punta Brava, en Las Palmas; ambos Premios Canarias. Asusta un poco el conocimiento previo de la vida del hombre al leer sobre el ambiente de analfabetismo en el que se fragua, en su calidad de viajero, de solitario, del amor sintetizado en Josefina Betancor, de pintor, de su búsqueda constante del otro lado que le incita a tener continuamente expresiones y palabras en tensión, exprimidas hasta sacarles significaciones que viajan entre el lienzo y el papel y viceversa, entre el mar y la arena, las gaviotas y el musgo, las islas, sus poetas y la visión de un canario en Madrid.

Ni filosofía… (fragmento)
Ser canario no tiene nada que ver, parece, con la filosofía. Ni
tampoco tiene nada que ver, parece, con la geometría. El ca-
nario mira la cumbre solamente diluida en el espacio.
Parecería que fuera en balde. Mirar tanto la cumbre
es propio de un hombre distinto. Que no tiene prisa por
llegar a ninguna parte. Ni le conviene.
Parece como si no pensara en nada, pero piensa; parece que
no caminara, pero anda cabizbajo; parece que no saliera de
su rincón, pero se halla lejos; parece que no ve, pero resuelve
la detallada oferta vacía; parece mudo, pero se pronuncia en
silencio. Parece que no baja de la cumbre, que no tiene que
atender a nadie cuando llaman a la puerta de su casa. Que no

tiene que abrir. Parece que no tiene filosofía.

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