La lectura de esta novela ha sido un fiasco. Más bien un
doble fiasco. Por una parte el señor Brecher no habrá quedado muy contento de
cómo ha sido realizada la misma: a trompicones, con páginas inconscientemente
leídas, con unos personajes bien estructurados en torno a una oficina de la
década de los veinte, donde la vida era oceánica, y se movía en forma de flujos
y reflujos, aparentemente siempre en el mismo sitio hasta hacerse en ocasiones tediosa.
Por otra parte el lector fue consciente durante la lectura de que algo se
estaba perdiendo de una buena novela que critica con buenas dosis de humor la
oficina como fenómeno sociológico, lugar de conflictos y complicaciones de
naturaleza privada y social, desde la perspectiva del señor Brecher, cuyos
monólogos son un lujo, incapaz de comprender ese lado diabólico del éxito de
una vida esclavizada a una mesa ocupada de la noche a la mañana en producir
dinero.
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