Los demonios de Olgoso habitan lugres insospechados y transportan a los seres humanos (y al lector) a vivencias singulares que van transformándose según avanza la lectura de cada relato. De esta forma lo que empieza por ser una visión de ramas, hojas y nubes a través de una claraboya resulta ser la habitación donde el visionario recibe la primera palada de tierra; la estampa idílica de una playa con sus palmeras y su mar turquesa vista desde un promontorio se convierte, cuando es agitado, en un paisaje encerrado en una de esas semiesferas de plástico donde flota la arena en suspensión hasta su descanso. Ya sea con unos zopilotes, unos palafitos o un gabinete de maravillas las posibilidades de dar rienda a los miedos íntimos, rituales malsanos, seres perversos y atmósferas fantasmagóricas no son incompatibles en este autor con una buena mezcla de prosa y poesía.
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