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Hacerse el muerto. Andrés Neuman.

Es posible que empezara a leer este libro medio muerto. Los relatos de inicio fueron modelando mi cuerpo en el sillón en un escorzo similar al que adopta el sujeto de la portada. Me apeteció coger algunos párrafos a puñado, triturarlos un poco, y lanzarle las frases y las palabras desmigajadas a las palomas que merodean por los escalones. Las recomendaciones ecológicas  sobre este particular y la sutil diferencia entre palomas silvestres y asilvestradas no lo impidieron.
            “Hacerse el muerto” es un conjunto de relatos que llevan el mismo nombre con el que se inicia la lectura. En mi caso seguí en ese estado al pasar por otros dos grupos bajo los títulos de “Una silla para alguien” y “Sinopsis del hogar”. Fui cogiendo algo de tono con “Bésame, Platón” lo cual me hizo erguir la espalda y sospechar de la miradas colombófilas cuando me pedían su ración y no vieron con buenos ojos el que les tirara palabras como “aporías” y “yectos”. Acabé sentado en los escalones con ánimo estudioso al seguir con “Monólogos y monstruos” y “Breve alegato contra el naturalismo”. Con la lectura final de “Apéndice para curiosos” las palomas por mucho que revolotearon, se dieron por vencidas si esperaban alguno de los millos que como perlas suponen los decálogos de Neuman. Nada más empezar a leer en voz alta el que dice: «Mucho más urgente que noquear al lector es despertarlo», comprendieron que una cosa es hacerse el muerto y otra bien distinta estar vivito y coleando.

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