¿Qué tendrá que ver la portada de un libro con su contenido? se pregunta uno muchas veces cuando lo tiene por primera vez en la mano. Y en muchas otras también lo hace cuando acaba de leerlo. En esta ocasión si no es dibujo del mismo autor ha de serlo de un artista que no solo se ha leído el libro sino que conoce los derroteros por donde viaja la fantasía del escritor. Prueba de ello es ese uso del tiempo, que tan bien maneja Merino, donde lo mágico y lo real se funden en una figura a mitad de camino entre un ser humano y una gárgola. La antología, para quien desee moverse en esa delgada línea de equilibrio, sustentada en la buena base de su prosa, ofrece un amplio número de relatos que merece la pena, así como la de microcuentos seleccionados en el último capítulo, del que se extrae GENESIS, 3.
Aquella mañana empezamos a ver las cosas más claras: la complejidad del universo, la evolución de los seres vivos, que sobre un punto de apoyo se podría levantar el planeta, que era la tierra la que giraba alrededor del sol y no al contrario y, sobre todo, intuimos que la existencia es un misterio indescifrable. No habían pasado ni dos horas cuando llegó el guardia con la carta de desahucio: el casero había conseguido echarnos a la calle. Nos vinimos a este lugar tan frío, tuvimos hijos. Del resto saben ustedes más que nosotros. El caso es que aquella mañana, en el desayuno, habíamos compartido una manzana.
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