Supe de su ficción hecha realidad cuando por televisión me enteré del Bloomsday Festival que se celebra en Dublín, ciudad que se viste a la usanza todos los 16 de junio, para recordar que Leopold Bloom salió de su casa a las ocho de la mañana aquel día de 1904.
Estaba enterado de sus dificultades por otros lectores así que ha permanecido mucho tiempo en la estantería esperando por una semana tumbado a la bartola en el Sur como único texto a pie de hamaca, a pie de almohada.
No es libro para quienes gusten del Best Seller (aunque Ulyses no ha dejado de imprimirse desde 1922) ya que un Best Seller, deja de ser Best cuando ya no es Seller (vida media = un año ±) y no se precia de contar a un tiempo con buena poesía en prosa, teatro, teología, judaísmo, liturgia, independentismo, ciencia, sexo y algún que otro capítulo carente de signos de puntuación.
Tampoco es lectura para introducirse en lo que algunos llaman “literatura” ya que es fácil perderse en el laberinto del monólogo interior.
Es difícil de leer si solo se le puede dedicar unas pocas páginas al día. Al lector le costará reiniciar el flujo de pensamiento de sus personajes a través del recorrido de Ulyses por las calles de la ciudad.
Sin embargo Joyce hace sufrir o degustar su obra al atreverse a poner por escrito las imbecilidades de la mente, creando un mundo fuera del tiempo y el espacio donde el lector no difiere de lo pensado por Leopold Bloom.
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