Hay libros que cuando te cuentan de qué van no suelen gustar
de leer pues bastante mal se están poniendo las cosas como para que la lectura
nos amargue el rato de placer que dedicamos a ella. ¡Qué necesidad de andar
metidos en un tren camino a Rusia desde Rumanía cuando las puertas del vagón de
ganado no se abren en días y para alimentar a los que van dentro le lanzan una
cabra cadavérica! ¡Qué obliga a seguir leyendo sobre el valor de una cucharada
de sal, de un calcetín de lana, de una tapa para cubrir el caldero y así no ver
lo que dentro se cocina! ¡Y qué tristeza cuando tras cinco años en
concentración los recuerdos han quedado tan sedimentados que incluso en libertad
se sigue viviendo en el campo! Sin embargo, a pesar de la dureza de lo
relatado, del continuo vuelo del angel del hambre, se sigue leyendo, no solo
por decoro hacia aquellos alemanes expatriados al igual que los judíos por el
mero hecho de “pertenecer a” sino por los brotes de vida a los que ellos se
agarraron para seguir, como lo hace el lector al libro, saboreando esos
pequeños regalos primaverales que ofrece la escritora, iluminándolo hacia lo
realmente útil, aquello que transportamos debajo de nuestra piel, lo que viene
a ser todo lo que llevamos con nosotros, lo único que poseemos, todo lo que realmente nos
pertenece.
Por esos "brotes", efectivamente, leemos, y para que germinen en nosotros; que a veces, las circunstancias que nos rodean y las que creamos, se obcecan en invitarnos a claudicar, a dejarnos llevar, cansados...Pero, si estamos atentos, siempre, algo a nuestro alrededor nos puede disuadir de hacerlo y, pienso, la buena literatura, lo logra.
ResponderEliminarMerce