Las Fábulas son las unas feroces y las otras no tanto. Sin
embargo los cuentos inquietan bien poco. No por ello pierde entretenimiento la
lectura de quien logra, a través de animales de todo tipo así como de seres
humanos, escandalizar la moralidad de una ciudad en auge como la de San
Francisco de finales del siglo XIX, usando un macabro sarcasmo para hacer
entender que las relaciones entre las personas en función de los sectores de
poder que ostentan toman en ocasiones vericuetos que solo en la fábula
adquieren su máxima expresión, y pueden hacernos entender cuán ridículos
quedamos ante los animales.
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