Lo primero que impresiona cuando se tiene en la mano esta novela,
editada por Galaxia Gutemberg, es su peso. Más bien la distribución del mismo
pues se coja por donde se coja está bien equilibrado. Ese mismo peso, antes de
llegar a leer la primera página, a sabiendas que la última es la mil ciento quince
hace pensar también en que seguramente pueda ser un ladrillo. Vasili, que fuera
reportero de guerra soviético, cuya novela, escrita en 1960, tuvo la suerte de
ser microfilmada, sacada de la URSS, donde estaba prohibida, y publicada
recientemente en español, distribuye su historia entre Stalingrado, Leningrado,
Moscú y cualquier aldea perdida por los Urales o en Siberia; también lo hace
entre campos de concentración alemanes a donde van a parar judíos y los campos
soviéticos a donde van los depurados en 1937 por La Gran Purga; entre los
militares rusos que están en activo, los militares alemanes, los científicos,
los campesinos y entre todos los estratos sociales; tan igual se adentra en una
fábrica como en un laboratorio, en una trinchera como en un despacho. Distribuye
el peso entre órdenes militares, resistencias numantinas de puestos
estratégicos, amores, envidias profesionales, hambre, miseria, dudas
existenciales y todo lo que motivaba a seguir viviendo en Rusia en aquellos momentos.
Ese peso tan bien distribuido se convierte en un ladrillo contra el comunismo
reinante al que iguala con el fascismo nazi, contra el aparato burocrático, las
formas de acceder al poder, la distribución de la riqueza y contra todo aquello
que durante años tuvieron miedo a decir en voz alta.
Con Vida y destino, Grossman no solo recuerda a los
inmortales escritores rusos Tolstoi y Dostoievski sino que se pone a su
altura.
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