A raíz de un incidente con
un antidisturbio en el zaguán de su casa, el protagonista huye hasta dar con
una aldea vacía. Cuenta con poca cosa, el coche, algo de comida y la ayuda de
un tío suyo por medio del teléfono móvil. Comienza así el discurrir de Manuel
en la más absoluta soledad a la que va cogiendo regusto, en la que acaba
encontrándose cómodo, cada vez menos dependiente de las comodidades de la
ciudad.
Hasta que llega una señora a
alquilar la casa contigua. Con ella sus hijos, sus nietos, sus amigos, los
amigos de sus amigos, todos ellos con la idea de huir de la civilización pero
sin olvidar sus coches, televisiones y cuantas comodidades y obras en la casa
sean necesarias. Manuel pone en marcha un plan para acabar con esos asquerosos
de ciudad.
Contada con un lenguaje en
ocasiones erudito y en otras de barrio la trama engancha y pone en un brete al
lector que acaba entonando el mea culpa por sus comportamientos asquerosos en
ciudad y campo.
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