El autor vivió deportado algunos años en Siberia al
pertenecer a un grupo rebelde a ojos zaristas. Su permanencia en los infiernos
engrandece su escritura. Esta vivencia y la muerte de un terrorista ruso le
hace plantearse la dinámica interna de las primeras células terroristas que
llevan el nihilismo imperante en Europa al extremo ruso: el poder a través de
la destrucción, la vuelta a la nada como única forma de poder crear algo nuevo.
De forma lenta, unas trescientas páginas, Fiódor va esbozando
la sociedad Rusa, su aristocracia y la vida del campesino en una ciudad a
camino entre Rusia y Petersburgo. De Suiza llegan los emigrados y las ideas. Se
constituye una célula de cinco personas dispuestas a crear el caos en una
sociedad con pocos visos de modificar el estatus. Son los inicios de la futura
revolución.
En las setecientas restantes se descubre el nudo y desenlace.
En medio, reflexiones sobre el valor de la vida, de las ideas y un enorme
despliegue psicológico en los personajes que no dista de ser aplicable a
cualquier célula terrorista actual.
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