Cinco años dan para mucho.
Para unas cuantas ascensiones al Teide y para recorrer a camello, a caballo y
mula, a finales del siglo XIX, todas las islas. Como médico atiende a cuantos
enfermos le presentan en pueblos y aldeas, y anota remedios populares tan raros
como el empleo de una lisa (Chalcides viridanus) viva
bajo el sombreo para la mejora de la tiña capitis, al tiempo que como
antropólogo no deja cueva por explorar y cráneo y vasija que empaquetar para
trasladar a Francia.
La primera parte es un
recopilatorio sobre los guanches. No deja de ser un resumen de lo escrito previamente
por otros historiadores a quienes en ocasiones pone alguna objeción derivada de
sus propias pesquisas y de su intercambio de opiniones con contemporáneos
canarios como Diego Ripoche en torno a la Cueva Pintada de Gáldar.
La segunda parte está
dedicada a describir su visita isla por isla. En todas ellas acude a cuanta
cueva puede entrar tras mostrar a los hacendados y curas carta de presentación
que le permita abaratar el viaje. Partidario del despegue de Las Palmas como
puerto marítimo distingue la vida capitalina en las dos islas de la que se vive
en el resto de municipios del archipiélago. En su viaje se topa con cuevas de
difícil acceso, con otras cuyos techos se desploman atrapándolo, así como con
cuanto chinche, garrapata y piojo lo percibe como fuente de calor y alimento.
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