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El pony colorado. John Steinbeck.
Si el lector indaga a través
de Google el título de esta lectura en la sección “Imágenes” observará que las
distintas editoriales ofrecen una ambientación en sus portadas que predispone a
pensar en una obra infantil. Ciertamente, el protagonista, Jody, vive a lo
largo de los cuatro capítulos de la novela el tránsito de la infancia a la
pubertad, de la inocencia a la realidad. Y la realidad en Salinas, California,
una vez conquistado el oeste es dura, tanto que no sería de extrañar al camino
que vamos que en un futuro los grupos defensores de animales condenaran su
lectura por atentar contra sus principios. Pero en aquellos tiempos las
decisiones carecían de la carga ética que actualmente conllevan. No era
crueldad. Era actuar de forma adecuada a la realidad de las
circunstancias.
Menudas historias de La Historia. Nieves Concostrina.
Lectura entretenida para
tener en la mesa de noche. Antes de dormir un par de historias sobre la
Historia. Curiosas, divertidas, contadas con rigor pero como quien lo hace
entre amigos mientras se toman un café. Con educación pero con desparpajo y en
un tono asequible para todos los públicos. Un repaso que refresca la memoria de
hechos históricos introducidos en su día a base de nombres y de fechas sin hacernos
pensar sobre las circunstancias e intereses que indujeron el que debieran quedar
para la posteridad.
Poemas en Prosa. Poemas Humanos. España, aparta de mi este cáliz. Cesar Vallejo
Debe haberme pasado como a
aquel universitario del que se dice: ha pasado por la universidad por la
universidad no ha pasado por él.
Eso me ha ocurrido. Como sucede
con cualquier poesía debe existir un momento para leerla. Instante en el que la
mente esté lúcida para encontrar sentido a tanta concreción en las pocas palabras
que logran expresar tantos pensamientos. Me ha gustado mucho este: Masa.
Al fin de la batalla, /
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: «¡No
mueras, te amo tanto!» / Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió
muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, / clamando «¡Tanto amor y no
poder nada contra la muerte!» / Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común:
«¡Quédate hermano!» / Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra / le rodearon; les
vio el cadáver triste, emocionado; /
incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Egos revueltos. Juan Cruz Ruiz.
Lleve a cabo la experiencia. Toque, toque. Golpee con su
nudillo en la frente del autor. Comprobará que no es osamenta lo que percibe.
Es baquelita. De ella estuvieron hechos los teléfonos cuando no sonaban pegados
a la mano sino a la pared. Si a continuación le atusa su pelo, en el extremo
más occipital de esa caja negra que es su cráneo, notará un cordón umbilical:
conecta directamente con Domingo Pérez Minik. Fue don Domingo quien, desde su
exilio interior, hizo que Juan Ruiz sacara partido al listado de teléfonos que
le diera Marcos Ricardo Bartanán en el Café Gijón de Madrid, fue él quien dio
luz a esos ojos ardilosos y le puso en una mano lápiz y papel, y en la otra un
magnetofón. Con esa mirada de quien no rompe un plato, la voz aflautada por el
asma y la parsimonia canaria ha logrado acercar a miles de lectores sus preferencias
literarias. No solo ha entrevistado a los popes de la literatura
hispanoamericana sino que ha sido y es amigo de ellos. De esa amistad, de sus
manías, de sus egos escribe en este libro. Lo hace de memoria, la lectura viaja
y retrocede en el tiempo, salta, tal y como si estuviese jugando a rayuela. En
ocasiones se saca de la chistera tres tristes tigres para lograr una
conversación en la catedral, o bien se pierde hasta el amanecer por los
vericuetos de las barras de los bares de Macondo, whisky en mano, para festejar
la fiesta del chivo.
Pero no solo escribe de memoria. El roce hace al
escritor. Juan vuelve a región y, arrullado por las olas de Puerto de la Cruz y
por el susurro de la brisa de El Médano, logra escribir párrafos tan buenos
como los escritos por los egos más revueltos de la historia de la literatura.
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