Tras acabar los primeros
cinco capítulos cerré el libro con la sensación de estar leyendo a Faulkner en
versión realidad mágica latinoamericana. Las andanzas de Humberto Peñaloza al
servicio de Jerónimo Azcoitia son crueles como la vida y al mismo tiempo mismo rebosan
fantasía. El narrador entra, sale, se convierte, vuelve a los inicios, se
pierde entre gigantes cabezudos en un alarde sin igual en el control del tiempo
de la narración. Posteriormente los dos personajes principales: uno en el
intento de escribir su libro y el otro en el de perpetuar su especie, caminan
hacia su autodestrucción a través de laberintos y pasillos de un convento y de
una ciudad de los monstruos para mostrarnos el mundo de lo anormal, de lo
grotesco, de las relaciones humanas inexplicables.
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