Apunta el autor hacia el absurdo que conlleva la obligación de leer. Especialmente la de leer cierto número de textos canónigos que parecen ser un compromiso el no haberlos leído. También apunta al deber infundado de tener que leer todo sobre todo, cosa ilógica ya que no hay tiempo material para hacerlo y como bien dice podemos de alguna forma considerar libro no leído el no recordado. Por último se sustenta este ensayo en la obligación inculcada de que para poder hablar de un libro hay que leerlo, lo que facilita la mentira pues resulta en ocasiones violento admitir la no lectura de un libro que es ampliamente reconocido en nuestro entorno.
No es muy complicado estar de acuerdo con estos argumentos. Cuando la lectura se aleja de estos postulados y se acerca al simple y llano placer la cosa cambia, pues si bien para hablar de un libro no es necesaria su lectura total o parcial, de nada vale el sucedáneo de haber leído El Kamasutra u hojeado revistas pornográficas para poder hablar del mismo deleite que proporciona leer la piel de la persona amada.
No obstante y siguiendo al autor, al expresar que igualmente pueden ser acertadas las opiniones si se conoce en perspectiva algo del autor, otras opiniones y su época, he leído con interés lo autoescrito por el profesor de literatura llamado Pierre Bayard sobre el propio autor de este libro en el prólogo lo que creo me habilita no para hablar de este libro que no he leído pero sí al menos para dejar de escribir sobre él.
Quienes acudan a este libro con la esperanza de encontrar claves para poder encandilar convincentemente a sus profesores, colegas, amigos o amantes con profusas disquisiciones librescas adquiridas sin apenas esfuerzo o tiempo, habrán cometido un error. Tras un título voluntariamente provocador, que corre el riesgo de ser interpretado como un signo de cinismo o de impostura, el ensayo de Bayard nos brinda en realidad una lúcida y estimulante reflexión a propósito de qué significa la lectura. Ese y no otro es el interrogante primordial alrededor del cual gravita su propuesta. Para resolver ese enigma, Bayard se impone como tarea ineludible desenmascarar con una gran dosis de honestidad, inteligencia y humor uno de los tabúes sociales más extendidos y mejor amordazados: el hecho de que en algún momento de nuestras vidas hayamos fingido haber leído un libro que, a pesar de considerarse imprescindible, nunca fue abierto. En Cómo hablar de los libros que no se han leído, Bayard no solo asume con naturalidad nuestra sempiterna condición de no-lectores (por mucho que seamos ávidos devoradores de libros, el número de lecturas pendientes siempre será infinitamente mayor), sino que convierte esa en apariencia vergonzante no-lectura en el núcleo mismo de la lectura.
ResponderEliminarP.D. Para ser sincero he de reconocer el hecho de que sencillamente no he leído el libro. En realidad solo pude llegar hasta la (pág.28).Lo que mucho me ha gustado ha sido el gallo de la portada.
Los lectores son capaces de sacarle jugo al libro y opinar ampliamente. Hay que ver con cuanta facilidad desenredan el hilo de la madeja.
Como me encontraba en un callejón sin salida se lo llevé a JAVI a su consulta, lo detectó enseguida, quería auscultarlo. Su primer diagnóstico fue que el libro le parecía interesante y rápidamente colgó su comentario en el blog. El pensar que le dije que lo podía tener hasta el 20N fecha en que expiraba el plazo para devolverlo a la biblioteca no deja de tener su gracia. Por lo visto soy más simple que un cubo, aunque pensándolo bien, a lo mejor el sólido regular limitado por seis cuadrados iguales, no sea tan simple.
jejejej Ayyyyy de simple vos no tenés nada, jejeje
ResponderEliminarMerce