Cuando los microrrelatos son
buenos siempre existe una cierta connivencia con su autor, una cierta
tolerancia que perdona las posibles carencias por intentar decir tanto con tan
poco. Si por el contrario son muy buenos el lector ha de pararse tras el punto
final, sonreír y volver a leer para disfrutarlos nuevamente porque llámese como
quiera denominarse (relato hiperbreve, nanocuento, literatura cuántica,
minicuento, microficción) a esos pocos renglones en los que se despliega toda
una historia ni le falta ni le sobra una palabra. Es una obra arquitectónica
realizada a escuadra y cartabón que al igual que éstos útiles deja al lector
los triángulos huecos para que se asome por ellos y siga construyendo el resto
de la obra a su imagen y semejanza tras
su lectura.
Es lo bueno que tiene una
Antología