A caballo regalado no le
mires el diente, dice el refrán. Por extensión, se podría decir que a libro
ofrecido de igual manera no le mires las hojas. Sobre todo si el autor es
Umberto y has disfrutado previamente con El nombre de la rosa y Balduino.
Tras setenta y cinco
páginas, no encontrando cementerio alguno y perdido en una niebla cenagosa,
provocada por el desdoblamiento de personalidad de su protagonista, decidí
mirarle los dientes al caballo. A la grupa del alado Pegaso volé por sus
páginas hasta dar en las dos últimas con una nota del autor, en la que
justifica al lector falto de faros antiniebla, bajo el título de: Inútiles
aclaraciones eruditas.
Descansa El Cementerio de Praga
en la fosa común de libros incapaces de ser leídos. Entiendo que ni el eco de
sus páginas a orillas de El Moldava resucitará su lectura.
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