A Bruce, de pequeño, le impresionó un trozo de piel
conservado en su casa. Es la de un brontosaurio que envió un familiar nuestro
desde la Patagonia, le dijeron.
Con esa imagen en mente inició años más
tarde (década de los 70) un recorrido por los vastos territorios patagones
tanto argentinos como chilenos.
Durante el mismo, siempre con la mente
en el brontosaurio, persigue la huella de personajes de lo más variopintos a
camino entre la ficción y la realidad. Aparecen así propietarios de inmensos
terrenos tanto ingleses como irlandeses y alemanes que hicieron las américas
con la producción de lana y de carne bovina mezclados con forajidos del oeste
americano perseguidos por sus cargos de asesinatos y robo de trenes. A finales
del siglo XIX. A su vez su relato se adentra en las grandes expediciones desde
que Magallanes sorteara el estrecho así como en el origen de muchas de las
ciudades por las que pasa como la de Paso Roballos donde encuentra a un anciano
arrendatario de una estancia que añora su terruño. Terruño que no es otro que
Tenerife.
Resultó ser que la piel del brontosaurio
no fue tal. Perteneció a un megaterio. Un antepasado del perezoso actual.
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