El libro lo tenía el amigo Javier en un mueble de la consulta
del Pabellón y me llamó la atención el autor, nacido en 1974, al que le había
dado clase de la asignatura de física y química en el Instituto Agustín de
Betancourt, lo que hizo que surgiera mi curiosidad por la lectura.
Me gustaría saber si los términos de <<nomenclatura>>
para la portada, y <<cuánticamente>>, a los que recurre en uno de los relatos hiperbreves, son semillas
postreras de aquellos años de bachillerato. Habrá que preguntar. En La
Sobremesa me encuentro enfrascado en que Ulises prefiere los electrones en
lugar de los neutrones, mientras que Jimena se decanta por los protones. Algo
que no sé por qué raro mecanismo me sube la moral.
Algunos relatos me producen una sensación de asombro y
perplejidad teniendo que parar y volver a leer para comprobar que lo leído en
un primer intento es cierto.
En las identidades, me llega al corazón cuando habla de que
sus apellidos se encuentran ambos terminados en zeta y para concluir plantea
una serie de problemas de muy difícil solución, algo realmente irresoluble.
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