Tras la lectura de Voces de
Chernóbil, en donde aparecen los primeros testigos de la catástrofe nuclear, Svetlana,
en esta obra anterior en el tiempo, presenta a los últimos testigos de la Segunda
Guerra Mundial. Recoge las voces de niños y niñas de Bielorrusia, sus primeras
impresiones y recuerdos ante la entrada de los nazis en sus aldeas y ciudades. Son
testimonios vivos, grabados cuando tenían entre cuatro y doce años. Los
novecientos días del cerco a San Petersburgo y cómo acabaron desapareciendo los
gatos y salvaron sus vidas masticándolos entre lágrimas los perros. Cómo a las
niñas el pelo se les volvió blanco a la semana de ocupación o cómo llegaron a
jugar subidos en los cuerpos helados de los alemanes a modo de trineos. Así
durante tres, cuatro años, en los que vieron cavar a padres y hermanos sus
propias fosas, vivieron en orfanatos esperando por sus regresos y besaron la
voz de aquella pequeña caja negra por donde salía la palabra «Victoria».
Un canto imprescindible a la
vida para los que piensan que hoy vivimos mal en un tiempo en el que palabras
como «defensa agónica» o «triunfo heroico», por suerte o por desgracia de sus
verdaderos sentidos hermenéuticos, son aplicadas en nuestro entorno a las
guerras deportivas.
¡Qué suerte de vida nos ha
tocado vivir!
Es verdad...¡Qué suerte de vida nos ha tocado vivir!
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