Para el lector que quiera
encontrar una propuesta literaria distinta, leer a Levrero, es una de esas
opciones. Ha de estar preparado para verse envuelto en una atmósfera compulsiva
hacia la búsqueda de uno mismo, a través de la huida por infinitos pasillos que
comunican con habitaciones, con puertas que no permiten el regreso, con sueños
que se entreveran con la realidad. Debe estar dispuesto a adentrarse en una
ciudad que no existe, en un lugar imaginario que se puede palpar, en un París
que perfectamente puede ser cualquier ciudad. Quizás, como advertencia o
consejo, mejor dividir la trilogía en el tiempo, introducir otras lecturas
entre una y otra novela pues, aunque de forma involuntaria versen sobre un
mismo tema, así, las tres de golpe, París se puede hacer monótona.
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