No entró en mis planes de estudio como una de esas lecturas
obligatorias por trimestres. Sin embargo, me consta el uso de El árbol de la
ciencia en muchos institutos. De las cien primeras páginas deduje el poco
interés para tal fin que deben presentar los alumnos ante la obligación por
conocer la vida de Madrid de entre siglos XIX y XX con gran variedad de
personajes que entran y salen de escena creando el ambiente que justifique la
trama filosófica en torno al sentido de la vida que tiene lugar posteriormente.
Es esta segunda parte de la lectura la verdaderamente aprovechable
para despertar en el alumno las preguntas existenciales que envuelven las
postrimerías de la pubertad haciendo uso de los diálogos entre el protagonista,
Andrés, médico en formación, y su tío, también doctor, con Kant y Schopenhauer
como guías. Finalmente, la trama vuelve a Madrid y su vida cotidiana donde, a
través de Andrés, Pío Baroja justifica su línea de pensamiento.
Se me ocurre que también podría ser lectura recomendable
durante la pubertad jubilar, cuando tanto tiempo se va en recapitular y tanto
queda por hacer siendo lo más cómodo abandonarse en un banco de la plaza para
ver la vida pasar.
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