En la página 586 el autor
escribe: “El agua de la jofaina se tiñó como después de un combate naval junto
a las Islas Canarias”. El por qué eligió esa comparación es imposible de
descifrar como lo es en muchos puntos del libro el comportamiento de los
personajes, especialmente el central, llamado Peter Kien, el mayor sinólogo
vivo, el “hombre-libro”, que acaba quemándose en su biblioteca. Su trama, en ocasiones caótica y difícilmente
inteligible, facilita una lectura propensa a cerrar el libro definitivamente, y
olvidar a sus protagonistas hiperbólicos atrapados entre las páginas.
Leer la única novela escrita por Canetti es una experiencia que no deja indiferente.
Su lectura como su propio título, Auto de fe, implica creer o no creer. Posee
grandes defensores y detractores por lo que hay que estar dispuesto a abandonar
la misma a las primeras de cambio o a aprender de su soledad exactamente como
si estuviésemos dispuestos a ingresar por propia voluntad en un manicomio vacío
a sabiendas que la locura que destilan sus personajes sería la norma en quienes
deambulasen por las calles.
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