Hay libros que una vez leídos da gusto prestarlos. Entre
otras cosas porque crees que estás ofreciendo un buen rato de lectura pero
sobre todo porque te serán devueltos con cara de satisfacción. Este es el caso
de Las Muertas. Esta crónica novelada pronto hace olvidar al lector que la
trama se desarrolla a partir de un hecho real en torno a Las Hermanas Bolardo –
Arcángela, Eulalia y Serafina- y sus desmanes para conseguir mantener los
negocios que regentan como Leonas o matronas, introduciéndolo en una ficción de
sucesos rocambolescos, salpicados por personajes que se suman al control en la
compra y uso laboral de muchas jóvenes que con engaños, haciéndoles creer, a
ellas o a sus familiares, que trabajarían como empeladas domésticas, acaban
prostituidas. El Capitán Bedoya, La Calavera, el Inspector Cueto o el Gobernador Cabañas, sus intereses políticos, abusos de poder y sobornos,
conducen al lector, con un buen sentido del humor, a la resolución de las vidas
de estas mujeres, de su confinamiento, su hambruna y de varios asesinatos por
descubrir.
Solo llegados al final del libro una foto nos devuelve a la
realidad. Las Hermanas Bolardo tuvieron por nombre Las Poquianchis y las formas
empleadas en México a mitad del siglo pasado no distan mucho de las usadas a día de hoy
en el negocio inhumano conocido como trata de blancas.
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