El huerto, a priori, parece
uno de esos libros que la editorial apremia al escritor a escribir porque se
vence el contrato y que el escritor no sabe muy bien ni por dónde empezar ni
sobre qué escribir.
Pero, poco a poco, el
huerto se abona con los recuerdos gracias a la memoria (niño en Extremadura,
adolescente en Madrid y primeros trabajos realizados) y a la buena mano de
Landero como escritor, y van floreciendo páginas que por cómodas de leer no
dejan de estar muy trabajadas previamente.
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