El libro, hético, como la
almohadilla que aísla las posaderas al autor cuando se sienta en la fría y dura
grada de cemento, está compuesto por los artículos de prensa que escribió las
primeras temporadas de los años cincuenta del pasado siglo. Dado el éxito
previo de sus crónicas taurinas fue enviado como corresponsal al Chamartín, al
Metropolitano y a otros campos de la geografía peninsular. En ellos presenció
el homenaje al vasco Ipiña, el regate del colchonero de color Ben Barek y las
intervenciones del guardameta Dauder en las filas del Nástic de Tarragona.
Acuñó el término “vicegol” para
aquellos balones que pasan rozando o golpean el larguero, o el poste, y que
canta el respetable manteniendo el alma en vilo, aduciendo que son como un vicepresidente,
un viceprimer ministro, que sin serlo, lo parecen. También el de “golicultor”
para aquellos que trabajan en la producción de goles. Intuye por aquellos años
la “cría” de jugadores para luego revenderlos; se pregunta por el precio de un
dedo gordo de alguno de ellos teniendo en cuenta las desorbitadas cantidades
que se les paga; admira la grandiosidad que adquiere un pie, en comparación con
las prestaciones aportadas por una mano, cuando el primero golpea el balón y
acaba en la red; comenta la impertinencia de esa columna que soporta el palco y
que parece moverse, así como la doble moral de la hinchada según las
actuaciones del árbitro, y la necesidad de poder elegir, como si fueran palos
de golf, a los rematadores de cabeza en función de la forma de sus cráneos.
Impresiones de un espectador
primerizo. Lecturas sencillas, en clave de humor, escritas por un Wenceslao que
se sentó a ver de todo menos los partidos de fútbol. Escribe al respecto:
“Naturalmente, he oído hablar de fútbol muchas veces, aunque pocos minutos en
cada ocasión, porque –ignoro las razones-, esas charlas me atacan el encéfalo”.
Es posible que esas molestias le vinieran de haber leído previamente el libro
La decadencia de Occidente de Oswald Spengler quien escribió: "A la cultura
le corresponde la gimnasia; a la civilización, el deporte". Es la gran
diferencia que existe entre la palestra griega y el circo romano.