La muerte de Artemio Cruz es lectura llena de vida. Desde el propio lecho, cuando el cuerpo ya no obedece al cerebro y los humores se escapan, las sábanas se manchan, y en el ambiente los gases dejan un tufo a escamas secas, Carlos Fuentes escribe inserto en la mente de un Artemio que oye a su mujer e hija acercarse a la cama con la intención de conocer dónde se encuentra el testamento; oye a su secretario cómo le reproduce las conversaciones grabadas con los yanquis en sus negocios de explotación de terrenos y minería, y sus arreglos con los mayorales para tener a favor a los nativos contra otros caciques a fin de obtener su colocación como diputado. Desde esa posición y solo con la luz que entra a través de sus párpados Fuentes recrea la vida de Artemio como impulsor de la revolución mexicana hasta convertirse en un usurpador de sus ideales, describe sus andanzas guerrilleras, su azarosa vida amorosa como fusilero y capitán hasta su culminación con una querida en La Gran Manzana, entra y sale de la habitación en busca del tiempo pasado mientras moribundo continua ejerciendo su poder en el presente para hacer un recorrido a través de la historia de su vida que a la postre no es otra que la historia de las oportunidades de un país joven, anárquico: sus catedrales barrocas, sus minas de oro y plata, sus palacios de tezontle y piedra labrada, su clero negociante, su perpetuo carnaval político y su gobierno en deuda permanente, sus fáciles concesiones aduaneras para el extranjero de habla insinuante. La historia de México.
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